viernes, 9 de octubre de 2009

El Ruido y el Silencio.

1. Ruido en la sociedad. El ruido se apodera de las calles y de los hogares, de los ambientes, las mentes y los corazones. La persona superficial no soporta el silencio. Aborrece el recogimiento y la soledad. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior, estar ocupado en algo que no encontrarse para no oir la propia soledad.

2. Ruido ambiental. Cuando falta el silencio interior, el individuo queda a merced de toda clase de impresiones pasajeras, desguarnecido ante lo que puede agredirlo desde fuera o desde dentro. Es normal entonces que busque experiencias que llenen su vacío o, al menos, lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de huida es el ruido.

3. Ruido en los «mass-media». La televisión puede generar una sociedad ruidosa y superficial. Cuando las conciencias se llenan de noticias e información, disminuye la atención a lo interior y decrece la capacidad de interpretar y vivir la existencia desde sus raíces. Se oyen toda clase de palabras y mensajes, pero apenas se escucha el misterio del propio ser. Cuando se pasa muchas horas ante el televisor, apenas se medita y no se desciende hasta el fondo del propio corazón.

4. Ruido en el cuerpo. El ruido crea confusión, desorden, agitación, pérdida de armonía y equilibrio. La persona no conoce la quietud y el sosiego. Llenos de ruidos y superficialidad nadie puede conocerse directamente a sí mismo. La persona no conoce su auténtica realidad; no tiene oído para escuchar su mundo interior, ni siquiera lo sospecha. El ansia, las prisas, el activismo, la irritación se apoderan de su vida.

5. Ruido en el alma. Quien vive aturdido interiormente por toda clase de ruidos y zarandeado por mil impresiones pasajeras, sin detenerse nunca ante lo esencial, difícilmente se encuentra con Dios. En la sociedad moderna, Dios es para muchos no sólo un «Dios escondido» sino un Dios imposible de hallar. Su vida transcurre al margen del misterio de Dios es cada vez más una palabra sin conte-nido, una abstracción en el alma.

6. Silencio religioso. En medio del ruido y superficialidad todo es posible: rezar sin comunicarse con Dios, comulgar sin comulgar con nadie, celebrar la liturgia, sin celebrar nada, hablar de Cristo sin despertar nada en los corazones. Si no hay vida interior todo queda a veces reducido a una religiosidad interesada, poco desarrollada y adherida casi siempre a imágenes y vivencias empobreci-das de la infancia.

7. Silencio interior. La ausencia de silencio ante Dios, la falta de escucha interior, el descuido del Espíritu lleva a una mediocridad espiritual. Es inútil pretender desde fuera con la organización, el trabajo o la disciplina lo que sólo puede nacer de la acción del Espíritu en los corazones, por eso se busca un tipo de eficacia inmediata y visible, como si no existiera el misterio o la gracia.

8. Silencio monástico. La vida monástica está llamada hoy a redescubrir de manera renovada, en medio de esta cultura del ruido y de la superficialidad, ese valor tan esencial y tan suyo que es el silencio contemplativo y la escucha a Dios. Sería un error y un pecado que la vida monástica se encerrara hoy en su pequeño mun-do, hecho también de otros ruidos y tensiones, de otras seducciones y superficialidades y se olvidará de esa sociedad que nunca ha necesitado tanto como hoy de maestros y maestras que apuntan con su vida hacia una forma diferente de existencia anclada en lo esencial.

9. Silencio contemplativo. Las comunidades contemplativas están llamadas a ser en medio de la sociedad contemporáneas, «espacios de silencio», lugares donde se pueda percibir la sabiduría del recogimiento, la armonía de lo esencial, la quietud del espíritu, el ritmo sosegado. Sólo desde ese silencio podrán luego pronunciar algunas palabras, pocas, profundas, justas, para invitara una vida más plena y humana. Lo necesitan no pocos hombres y mujeres que comienzan a sentirse insatisfechos.

10. Silencio ante Dios. El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es «insonorización de un espacio», control de ruidos molestos, no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas con Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callamos ante la inmensidad de Dios, adentramos confiadamente en su Amor, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado.

Ángel Rubio Castro

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